Vivimos tiempos exponenciales. Este era el mensaje principal que hace una década hizo viral el vídeo “¿Lo sabías?” (Did you know?). La cantidad de información técnica se dobla cada dos años. Un estudiante de hoy habrá pasado por más de 10 puestos de trabajo cuando cumpla 38… Nos debemos cuestionar si las universidades están yendo acompasadas al ritmo acelerado de nuestra época.
En un mundo volátil e incierto, complejo y ambiguo, la universidad debe mantenerse en constante evolución desde la estabilidad y el compromiso con el largo plazo
Desde su origen en la Edad Media, la universidad ha evolucionado y ha adoptado diversas formas. La universidad tradicional, de clase magistral, segmentada en silos disciplinares, estratificada en capas de jerarquía académica, generalmente muy centrada en sí misma, está dando paso a una universidad más horizontal, transdisciplinar, abierta a la colaboración con múltiples agentes y colectivos en la investigación y procesos de aprendizaje. Esta tendencia aperturista va a marcar el futuro de la universidad, porque vivimos en una sociedad de interconexión e interdependencia imparable donde las torres de marfil están condenadas a colapsar. Aunque es imposible dibujar una imagen completa, me atrevo a dar unas pinceladas de la universidad de éxito en el futuro.
En el mundo cambiante e incierto al que nos dirigimos irremediablemente, en el que desaparecerán cada vez más rápido ámbitos de trabajo, en el que las personas tendrán que reciclarse varias veces en su vida laboral, la mejor manera de asegurar la empleabilidad es potenciar la capacidad de aprender. Algunos lo llaman aprendicibilidad (del inglés, “learnability”). La habilidad de aprender rápida y eficazmente será la competencia básica, independientemente de la rama disciplinar, que cuidarán las universidades del futuro.
Sin embargo, esta competencia de aprender rápido, tan dependiente y vinculada a nuestro tiempo acelerado, cambiante y digital, se fundamenta en adquirir en etapas tempranas (es decir, en los años de grado) un cuerpo de conocimiento disciplinar básico, profundo y sólido. La información técnica puede aumentar a un ritmo endiablado, pero los conceptos básicos en los que se fundamenta evolucionan lentamente, y sin ellos no hay manera ni de crear nuevo conocimiento, ni de acompasarse a su ritmo de cambio. Toda curva exponencial tiene un tramo inicial lineal. No hay atajos y, por más rápido que queramos ir, debemos pasar por un periodo de entrenamiento ineludible. A día de hoy, y seguramente en el futuro también, la universidad es la única institución que puede garantizar la adquisición de conocimiento básico que permita, a lo largo de la vida, evolucionar a fases de aprendizaje más rápido. Las universidades del futuro serán las que combinen una oferta básica de grado y post-grado de calidad, con una oferta de formación continua diversa y variada, cercana a las necesidades sociales y empresariales del momento, flexible, ágil, modular y personalizable.
Por otra parte, hay una creciente demanda de habilidades menos relacionadas con el conocimiento y más con el comportamiento, de aptitudes más ejecutivas y menos cognitivas. Liderazgo, saber trabajar en equipo, comunicar eficazmente, juicio y toma de decisiones, visión estratégica, adaptabilidad, equilibrio emocional, gestión de la diversidad, etc. también forman parte de ese proceso de aprendizaje inicial y a lo largo de la vida. Las universidades deben innovar constantemente en su forma de enseñar y en crear las condiciones para que los alumnos adquieran conocimientos y a la vez forjen la capacidad de gestionar la incertidumbre y la ambigüedad, y de desenvolverse en entornos humanos complejos y cambiantes.
Al contrario de lo que pueda pensarse de partida, la digitalización refuerza la necesidad de la universidad como lugar físico y espacio concentrador de relaciones presenciales. El proceso de enseñanza-aprendizaje descansa en dos pilares: el contenido y el contexto. El contenido se beneficia de las herramientas multimedia y la riqueza de formatos y canales inmediatos para su distribución on-line. El contenido digital acabará con la clase magistral. Sin embargo, no se puede digitalizar el contexto, espacial, social, relacional, cultural, necesario para un aprendizaje profundo, el cual es una experiencia personal (introspectiva, subjetiva) e interpersonal, guiada por profesores, en contacto con tus pares (otros alumnos), y enriquecida por la interacción con diversos actores (empresas, asociaciones, colectivos) que plantean retos y problemas y permiten innovadores enfoques pedagógicos (aprendizaje basado en problemas y retos, aprendizaje como servicio…). Las universidades de éxito serán aquellas que sepan cuidar tanto su ubicación física (espacios e instalaciones de calidad para la experimentación, el encuentro y trabajo en equipo) como su ubicuidad digital (contenido curricular propio y excelente disponible de forma abierta y permanente a través de cualquier dispositivo).
¿Tiene futuro la universidad en un mundo volátil, incierto, ambiguo y complejo? La respuesta es afirmativa, en la medida que no se vea engullida por la espiral de los tiempos exponenciales. La universidad debe trabajar para dibujar el camino hacia un mañana deseable, debe abrazar la complejidad, modular la ambigüedad, y, en última instancia, proporcionar la estabilidad que convierte la incertidumbre en oportunidad.
Columna de opinión publicada en el periódico El Correo, 15 septiembre 2019.
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